La adversidad nos obliga a mirar en dirección a la colaboración. Por compasión, por humanidad, por responsabilidad, por propia supervivencia, hemos entendido que hay que pararlo todo. Tenemos miedo a la pandemia, al descontrol y a la pérdida. La cantidad de información que se mueve, la desinformación que lleva asociada y el alarmismo, nos llevan a percibir la situación como una terrible amenaza.
A todos nos está afectando en mayor o menor medida. Parece que la realidad que conocemos se estuviera desmoronando. Y eso provoca miedo. Algo humano y normal.
El miedo, como emoción primaria y protectora que es, nos zarandea por dentro. Pero éste es el punto justo en el que debemos poner atención, ya que los efectos del miedo, igual que los de la rabia por la impotencia de no poder o no saber qué hacer, provocan un caos mayor.
Como de cualquier adversidad, podemos aprender y sacar las lecturas positivas. Para ello es importante que aprovechemos las circunstancias y nos paremos a reflexionar y madurar.
¿Qué significa madurar?
Madurar es poder enfrentar los retos que la vida nos presenta. Supone desprenderse del cordón umbilical que nos sujeta a las cosas que nos impiden evolucionar. Es abrirse a lo nuevo, autorizarse para construir una realidad acorde con valores revisados y auténticos.
Hay muchos indicadores que nos gritan que es urgente madurar como humanidad. Soltarnos del materialismo, del poder del dinero y la condición social, la competitividad, el abuso, la discriminación, la territorialidad, el egoísmo y otros virus similares que rebajan completamente nuestra condición humana.
Nos toca crecer y salir de viejos malos valores. Conectar con la solidaridad, la cooperación, la integridad, la verdad y la valentía para construir una realidad más consciente y conectada con la Vida.
Pero ¿necesitamos madurar individualmente?
La patada que hemos recibido todos en nuestras zonas de confort con el confinamiento y las restricciones por el coronavirus, está suponiendo para todos una parada obligatoria. Esta adversidad, igual que ocurre con otras, puede ofrecernos una oportunidad para madurar personalmente. Preguntémonos qué deberíamos limpiar de nuestra realidad, de qué necesitamos desprendernos y qué valores están caducos en lo que hacemos y cómo vivimos.
Hagámonos preguntas para averiguarlo:
- ¿Qué me gustaría vivir realmente en mi vida?
- ¿A qué me he acostumbrado y a qué me he resignado?
- ¿De qué disfrazo mi felicidad?
- ¿A qué renuncio por no sentirme capaz?
- ¿A qué me apego por miedo?
- ¿Qué haría si me sintiera realmente libre?
- ¿Cómo vivo mis relaciones? ¿Huyo o dependo?
El autoconocimiento, el reconocimiento de tus valores personales, la revisión de ideas sobre tus propios recursos y talentos, la valentía de saber quien eres e identificarte con experiencias que aporten más plenitud a tu vida, forman parte del trabajo de maduración.
Seamos conscientes de que el todo es la suma de las partes. Si nos empeñamos en ser parte de una solución inteligente y madura, si evitamos entrar en el pánico de asegurar nuestro trocito a costa de lo que sea, si aportamos una visión mayor dentro del espacio y el lugar donde estamos, podremos hacerlo.
Quizá nos sintamos limitados frente al reto, pero estamos diseñados para conseguirlo. Este puede ser un tiempo único. ¡Adelante!
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