Si te preguntara quién eres, seguramente responderías hablándome de tu profesión, diciéndome si tienes pareja, hijos, qué metas has conseguido, qué te gusta hacer y otras cosas similares. Pero ¿puede todo ello realmente responder la pregunta? 

Si las cosas que conseguimos, el lugar que ocupamos en la sociedad, en la familia, nuestro empleo o nuestros gustos (seguramente cambiantes a lo largo de la vida) son las cosas que nos definen, estamos condenándonos a valorarnos por lo tenemos más que por lo que somos.

Cuando queremos construir una buena autoestima, es esencial sentir nuestra valía personal, no tanto por los logros que la sociedad o el entorno nos imponen como estándares, sino por el autoreconocimiento de ese valor personal. De lo contrario, esperar que sean los demás quienes aprueben lo que hacemos o vivimos, vacía la seguridad en nosotros mismos y por tanto, la autoestima.

¿Cómo se va construyendo eso de querernos a nosotros mismos?

Nacemos con la capacidad de aprender y lo hacemos desde el primer segundo de vida, incluyendo nuestra delicada etapa fetal.  Heredamos la genética de nuestros padres y también de ellos y del  entorno, nos moldean sus ideas, sus costumbres, sus intenciones y la inercia a vivir de una determinada manera.

Nada podemos hacer en contra de nuestro diseño biológico. Recibimos esos primeros vínculos como si se tratara de un molde en el que nos iremos forjando e identificándonos con ellos.

Recuerda la historia del Patito feo en su afán de seguir fielmente a mamá pata y a sus hermanos patitos. Durante la infancia, igual que el Patito, no nos cuestionamos las cosas, simplemente aceptamos lo que vemos. Lo aceptamos sin filtros.

Y aquí está el corazón del cuento.

Todos hemos sido niños antes que adultos. Todos hemos creado unos vínculos con nuestros padres, familia, cuidadores. Todos hemos necesitado sentir la seguridad de ser queridos y aceptados en nuestro nido para sentirnos parte de algo, para sentir que el mundo es seguro y que podemos crecer y desarrollarnos completamente.  

Puede que en tu nido hayas escuchado a menudo que tienes que esforzarte por ser mejor, por alcanzar una maestría en algo, por conseguir saber lo que quieres hacer en la vida lo antes posible y así poder ser alguien, tener una pareja, hijos, tener éxito, propiedades, prestigio, etc. Como si hubiera un pack de cosas que asegurasen tu felicidad.

Con semejantes expectativas, puede que anhelemos ser validados por los demás, que nos afanemos por ser como ellos esperan que seamos y conseguir el pack. Así sentiríamos que todo está en orden, que hay cierta seguridad de estar en el camino correcto.

¿No te recuerda esto otra vez la historia del Patito?

¿Cuántas veces te has esforzado por hacer las cosas que se esperaba que hicieras y te has tropezado con tu torpeza?

En este punto de la historia de nuestras vidas, muchos permanecemos en el territorio conocido, repitiendo conductas para tratar de perfeccionarnos, en el afán de ser aceptados por fin. Esta es la actitud del Patito en la primera parte del cuento.

En otros casos, muchos salimos al mundo a buscar otros modelos en los que sentir el amor incondicional y la pertenencia a algún grupo de personas más afines a nosotros mismos. Esta es la parte del cuento en la que el Patito se topa con muchos otros, de lo que seguramente aprenderá y verá cosas suyas reflejadas o no. Es un tiempo de búsqueda.

En ambos casos, deseamos ser queridos y aceptados por los demás, haciendo lo que podemos, teniendo éxitos y fracasos, ya sea dentro del territorio o fuera. Mediante este proceso de búsqueda, el verdadero final feliz es reencontrarse a una misma, a uno mismo, descubriendo que nuestra verdadera responsabilidad es la de aprender a amarnos. Esta es la parte final del cuento y el feliz descubrimiento del Patito al darse cuenta que en realidad es un cisne.

Si tu felicidad te ahoga, si se te escapa de las manos porque sigues moldes que te impiden ver la autenticidad de tu ser, puede que estés en el nido equivocado. Pero, déjame que te diga algo muy tranquilizador:

Realmente no hay nidos equivocados, sino actitudes equivocadas. Aprendiste a ser como eres en el nido en el que caíste, un nido que te dio la vida y que solo por ello ya debe ser bendecido. Es tu responsabilidad perpetuar aquello que sí hace honor a tu esencia y cambiar lo que la anula, confirmando de ese modo tu valía personal y permitiéndote el vuelo hacia lo que realmente quieres vivir.

Estas son dos acciones que te pueden ayudar a esponjar tus alas y conseguir que comiences la búsqueda de tu mejor yo. No las creas sin cuestionarlas, simplemente son estímulos para que el pensamiento adquiera nuevos puntos de vista.


Olfatea el rastro….

  1. EMPIEZA POR CAMBIAR ALGO SENCILLO EN TU DÍA A DÍA

Muévete, haz cosas, empieza por pequeños cambios, prueba actividades, viaja, estudia algo nuevo, en definitiva, introduce nueva información en tu cerebro y amplia la mirada hacia las infinitas posibilidades que existen.

  • Acepta lo que eres como el primer paso para poder avanzar.

Las cosas son lo que son. La resistencia a ver las cosas tal como son, alarga el sufrimiento. Si no eres pato, no insistas. Acéptalo como un reto del que vas a salir reforzado. Solo así habrás empezado a amar lo que eres y abrirte a la posibilidad de explorar nuevos territorios.

Da el primer paso y procura que el cambio comience en ti. Todo estará bien fuera cuando se dé el cambio dentro.

  • Fracasa cuanto antes

Cada fracaso encierra el tesoro del aprendizaje. Disfruta  de tus fracasos como una gran experiencia de aprendizaje. Es importante no poner las expectativas en una sola cosa. Tal vez pruebes a estudiar algo, a tomar una clase de yoga, de canto, de historia, de pintura, …, hasta dar con lo que te llene. Tal vez quieras un cambio de imagen y luego no te guste.

Hazlo incluso a riesgo de equivocarte, porque será la manera de despistar los rastros equivocados. Hazlo cuanto antes, así estarás más cerca del rastro auténtico

2. CUESTIONARTE QUÉ TE IMPIDE SEGUIR EL RASTRO

  • El miedo a la crítica te paraliza.

Acepta que no vas a gustar a todo el mundo siempre. Un sistema que es infeliz no debería dictarte las normas para que tú lo seas. Antes de aceptar seguir las expectativas de los demás, pregúntate si crees que cumplir los deseos de los demás te hará realmente feliz a ti.  

  • Sentir el sacrificio como una parte del amor.  

No es necesario que nadie permanezca a tu lado para que seas feliz. No necesitas entregarlo todo para que alguien se quede contigo. No renuncies a ti. El sufrimiento no es coherente y para ser bueno no es necesario sacrificar tu vida. Esa es una creencia adoptada por un sistema que impide la libertad del ser.

Las decisiones del presente determinan el futuro y pueden cambiar el sentido que damos al pasado. Arruinar tu auténtico yo, dejar de ser cisne por ser fiel al molde que forjó la primera parte de tu historia, es un sufrimiento que no desearías para tus hijos ni para nadie. No te lo hagas a ti misma, a ti mismo.

  • Llevar una mochila muy pesada que te vuelve rígido e inflexible.

La felicidad está en ti, dentro de ti y no fuera. Las cosas no dan la felicidad. Deja de buscar, de almacenar, deja de creer que las cosas te hacen grande. Quizá te limitan mucho la capacidad de movimiento y eso hará que te consumas tratando de conservarlas.

El poder está en tu interior, nada ni nadie te lo va a dar.

Déjate guiar por la vida, déjate amar, ábrete a lo que te hace sentir más ligero, más libre para poder olfatear el rastro.

  • Sufrir porque los demás no entenderán tus cambios.

Cuando abandonamos las normas del nido equivocado, podemos sentirnos desleales al grupo. Al fin y al cabo, nos identificamos con esas ideas, comportamientos, valores y trataremos de ser fieles a ellos. Pero ¿qué fidelidad te tienes a ti mismo? El sufrimiento que nos autoimponemos por no atender nuestras necesidades y sí hacerlo para los de los demás, terminará intoxicando nuestra relación con el grupo, afectando posiblemente tu salud y dejándote infelizmente seguro en el nido equivocado.

¿QUÉ PUEDES HACER DESDE AHORA MISMO?

Medita.

Hacerlo es algo inherente al ser humano que quiere ser consciente y dejar de sufrir innecesariamente. En la quietud del pensamiento podemos abrir un espacio donde conectar e inspirar nuestro yo íntimo.

Observa las casualidades.

Aprecia el presente y detecta aquello que vibra contigo. Recuerda que el patito feo se fijó en los cisnes desde el primer día que los vio. Así que, si descubres algo que resuena contigo, que está en tu sintonía, si te provoca un sentimiento de autenticidad, atiéndelo. Seguramente te dé la oportunidad de averiguar más sobre ti.

Pide ayuda

A veces nos tienen que suceder cosas dramáticas, crisis (perdidas, rupturas, fracasos, cambios forzosos, etc.) para llegar a encontrar nuestro verdadero reflejo.  La crisis del patito feo es en realidad una gran oportunidad para darse cuenta de quién eres y empezar a vivir como tal.

Nos imponemos expectativas para satisfacer a los demás y recibir su aprobación, nos desesperamos por encontrar al príncipe o a la princesa del cuento, sacrificamos el amor por relaciones estables carentes de pasión, permanecemos demasiado tiempo en el aburrimiento de hacer lo que los demás esperan de nosotros, de trabajos esclavizantes sin sentido, de personas tóxicas que demandan tu entrega constante, de mentalidades donde casi todo se impone por la ley del miedo.

Valora las consecuencias que puede tener en tu vida y en tu salud no afrontar los cambios que necesitas. A veces pedir ayuda para trabajar conscientemente sobre ti, es el mejor de los regalos que puedes hacerte y poner rumbo a tu verdadero nido.